“Doctor, aquí en el pecho, una fuerte aflicción y pálpito”.
A Rosita, de 88 años, la conozco desde los 66, y sus primeras consultas fueron a partir de la derivación de Pancho, un colega que atendía conmigo en el mismo lugar, ocupábamos una casa tipo colonial; Pancho era un clínico muy conocido del medio local, con un carisma especial, tenía gente desde temprano hasta altas horas de la noche.
Pancho me derivó a Rosita en aquellos años por una “aflicción”, y Rosita así lo expresaba: “Doctor, tengo una aflicción aquí en el pecho”, llegaba siempre acompañada de su hijo mayor; si bien, tiene otros hijos, Froilán el mayor, fue siempre el que la acompañó a las entrevistas.
Rosita vivió y se crió en el campo, hasta que enviudó a los 70 años, y desde ahí sus hijos la trajeron a vivir a la ciudad de Santiago.
De tez moreno racial, y canicie desde casi los cuarenta; criollaza sin duda alguna, vivía en un pueblito llamado Villa Robles, aquí a treinta kilómetros, donde su principal medio de sustento eran los chivitos, sea para alimentación familiar, como para la venta. De vida ruda: levantarse al alba, ordeñar cabras o vacas, criar gallinas, sembrar y cultivar zapallos, choclos, algunas legumbres, y de prolongadas y diarias caminatas cargando baldes de agua, y expuesta a todas las inclemencias climáticas.
En esos años, Rosita me decía: “Doctor, va mermando la aflicción”, a lo que yo sacaba pecho, y me regodeaba, amén de empezar a creérmela como doctor.
Una vez al año, esta hermosa viejita, casi siempre, me traía un presente cuando volvía de Buenos Aires de visitar a sus hijas; vino tinto Viñas de Balbo, el de la botella panzona, la de 1,5 litro , era su elección predilecta, al cual yo trataba con la unción de un Rutini.
Nuestra relación siempre fue matizada por anécdotas; por ejemplo, en los años noventa, ella, con humor criollo picaresco me cargaba, su tema de complicidad era el estilo de gobierno de esa década; por lo que antes de acercarnos a los “festejos” del nuevo Milenio, Rosita me decía: “-Doctorcito, creo que no llegaré (tenía 76), en cambio creo que tenemos turco para rato”, a lo que yo le respondía: “Mire Rosita, así como vamos, haré toda lo posible para que usted al turco lo siga viendo, a usted la vamos a estirar hasta los 80 y más”, y lanzaba unas carcajadas fenomenales.
Hace 4 meses, en una de sus habituales consultas (pensé una de las tantas), al ingresar al consultorio y sin Froilan, nos miramos y no me gustó su expresión, fue cuando le tomé la mano y mientras le apretaba, entró en sollozos y se desahogó, para luego expresarme: “Doctor, tengo una gran aflicción, y un pálpito, aquí doctor, aquí en el centro del pecho”, mientras su otro hijo me iba narrando que a su hermano Froilán, le habían amputado una pierna. Froilán, siempre me impresionó hombre vigoroso, de vida sana, y hasta hace unos días atrás lo había visto andando en bicicleta, diría, vivía en bicicleta, y por supuesto le realicé tres o cuatro preguntas de rigor a su hermano sobre lo sucedido a Froilán, pero según su relato, no fue un accidente, no era paciente enfermo vascular, no era diabético, en fin… todo inesperado. Froilán amaneció un buen día y presentó en la pierna izquierda súbitamente, intenso dolor, frialdad, cambio de color, y esto fue ascendiendo por el miembro, hasta que, “a Froilán le tuvieron que cortar la pierna”, dijo su hermano.
Y Rosita, cuando logro superar medianamente su balbuceo producto del desahogo, agregó: “Por que Doctor a m’hijito…el era mi bastón, siempre me acompaño, hombre fuerte, no aguanto verlo así, mejor morirse”. Hice un esfuerzo brutal en romper el silencio, ayudarla a levantarse y seguir adelante; le hablé de sus otros hijos, nietos y afectos que mucho la reclaman y la necesitan…
Pasaron tres visitas (tres meses), y Rosita no ha vuelto a recuperar su alegría de vivir, su risa, su picardía, su brillo vital en las pupilas; Rosita deambula como un ente, Rosita está “muerta en vida”, y no deja de expresarme en cada visita: “Doctor, aquí en el pecho, una fuerte aflicción y pálpito”.
Y Rosita nunca volvió a ser la de antes...
ResponderEliminarMuy buen relato. Abrazo
ResponderEliminarMiguel
Me alegro te haya gustado. En este caso escenas de la vida cotiana. Abrazo
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