Si bien, siempre esbelta y algo altanera; esta vez, sentada y, sus rodillas
tocándose entre sí, pies hacia atrás separados y
flanqueando ambos las patas delanteras de la silla, espalda hacia adelante y manos apoyadas sobre ambas rodillas; su
cabeza algo inclinada, como no queriendo afrontar el horizonte, proyectaba su mirada a no sé qué punto o costado
del piso quizás; pero…, mirada fija y perdida, mirada sin ver; qué más da, ella
y su desconsuelo, diría, ella y su regresión…
Con cautela y quizás con cierta ternura, de atrás apoyé mi mano derecha sobre su hombro también derecho; y
cerrando mis ojos la amarré lentamente y de apoco la fui soltando, como ella
fue soltando sus lágrimas para terminar
sollozando.
Y sí…, la tarde anterior su amiga me había contado que no creía que esta
vez el papá de Chabela sobreviviría.
Cuando entré a la sala fúnebre, nos abrazamos una eternidad; y más
desahogados ya, deslicé suavemente mis dedos sobre sus mejillas, mientras un frío
intenso invadía mi espalda al mismo tiempo que mi piel gallina me delataba; la
puta que sueño de mierda…!
Ramón H. Alvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario