Para comunicarme con los
lectores que nunca llegaré a conocer.
Para
comunicarme con los lectores que nunca llegaré a conocer.
Elegí esa definición, pero bien podría haber
sido “por el inmenso placer que me provoca”.
Según la historia y sobre todo los que la narran, Sócrates sostenía que el
discurso era un “arte textil”; fantástica definición; y de su definición o
sentido, entiendo que, el discurso es el arte que exige de su cultor: armar,
tejer, o entrelazar -si vale- una red armónica de ideas, para luego expresarlas
a través de la palabra -logos-, acto previo se requiere un razonamiento, y
luego -ahora sí- la argumentación hecha palabra.
Visto así, alguien podría preguntarse ¿Es lo mismo el discurso a través del
habla, que la palabra escrita en la variedad que fuere?
Si y no, pero básicamente creo que es lo mismo, en tanto y en cuanto en
ambas formas es imprescindible un receptor. En ambas formas es un juego donde,
para que exista un receptor necesariamente debe existir un emisor. Y emisor-receptor se comportan como unidad;
es retro-alimentación, es un ida y vuelta, es un dia-logo, donde las partes ocupan el escenario principal, y danzan
amarrados por empatías, algunas a la vista, otras -quizás- imperceptibles.
A veces y no pocas, el emisor es a la vez receptor, y esto..., por esas “cosas
de la vida”, se prolonga una eternidad. ¿Qué extraño fenómeno no? Nos
regodeamos y nos nutrimos de lo que sentimos, escuchándonos o leyéndonos a
nosotros mismos. Es como si en una noche negra, sin luna ni estrellas,
hiciéramos pie fuerte afirmándonos, y cerrando los ojos nos
tranquilizáramos al saber que existimos…
Y cuando digo “Para comunicarme con los lectores
que nunca llegaré a conocer”, me resulta gracioso el pensar, que aún cuando me
leo, sea para corregirme, para pulirme, sencillamente para “mejorarme”,
descubro que por haberme “mejorado” me desconozco, soy otro, no soy -al menos-
en este cuento, o aquel poema o ensayo el mismo que era un instante antes. Y
salgo reconfortado, mis energías y estado de ánimo han logrado un estado de
paz, de calma…; y me ayuda a afrontar con vigor la selva diaria del “mundo de
la vida” (como dice Habermas).
¿Los “grandes” escritores, experimentaran estas
sensaciones?
Otro interrogante ¿Los grandes escritores -o al
menos los famosos-, intuyen o prevén que sensaciones despertarán en sus
lectores, o que interpretaciones darán los lectores a sus creaciones?
Pienso que la trascendencia de algunas obras (“el
éxito” para algunos,), lo es
-entre otras cosas- por muchos motivos jamás
imaginados por sus creadores.
¿Será?...
Ramón H. Alvarez
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