viernes, 7 de junio de 2013

Revoluciones Latinoamericanas.




HISTORIA SOCIAL DE AMÉRICA LATINA

Autor: Dr. Ramón H. Alvarez

MODO DE PRESENTACIÓN: Se presenta un trabajo bajo la modalidad de ejercicio de presentación resumida de textos, basado en el tema: Teorías de las Revoluciones y Revoluciones Latinoamericanas. El total de la documentación analizada está contenido en 120 páginas, y ha sido resumido en  14 páginas para un trabajo central, y en 6 páginas para un documento anexo.
    Se abordan autores como: Alan Knight, Julían Casanova, Hans Werner Tobler, Waldo Ansaldi, y Patricia Funes; y de sus trabajos -en forma integral-, se intenta un análisis (Descomposición, disección, desmembración) y una síntesis abarcadora y correlacionada de los mismos.
    El documento central, se presenta bajo el título: Análisis, interpretación, síntesis y conclusiones  del top: Las revoluciones en clave comparativa, y ha sido subtitulado de la siguiente manera: Introducción, Definición, Revoluciones Latinoamericanas del Siglo XX, El Factor Sorpresa, Oscilaciones en la Dialéctica, Los Resultados, La Reforma Agraria y sus Diferentes Rumbos, y Conclusiones.
    El documento anexo -excurso-, se titula: Interpretaciones revisionistas, puntos de comparación y contraste entre: México, Inglaterra y Francia.



                                                              Ramón Humberto Álvarez (30/05/2007)

      
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ANÁLISIS, INTERPRETACIÓN, SÍNTESIS Y CONCLUSIONES  DEL TOP [1]: Las revoluciones en clave comparativa. 


INTRODUCCIÓN: Analizar las revoluciones a la luz del análisis histórico comparativo posibilita la convergencia entre la sociología, la ciencia política y la historia. Las revoluciones alteran la estructura social, el modo de producción y están determinadas por las tensiones de clases. Producen también cambios en la estructura y funciones del Estado. Ahora bien, las revoluciones deben ser estudiadas como fenómenos históricos y nunca reducidas a susceptibles de ser adaptadas indistintamente a cualquier sociedad. En cada sociedad y en cada periodo tienen características específicas, y sus motivaciones, causas y resultados serán diferentes aunque persistan sus formas de manifestarse a lo largo de la historia[2].

DEFINICIÓN: El concepto revolución como tema en sí, por sus  implicancias históricas, sociales y políticas, constituyen -al menos- material de análisis de la ciencia política, de la historia y de la sociología, pero es en la sociología histórica donde -en las últimas décadas- se potencia su reflexión, como en la política, donde se produce inversamente su devaluación.
      El vocablo, que en sus orígenes, responde a la astronomía, al aludir al movimiento circular, cíclico y recurrente propio de los cuerpos celestes, resultó afín –metafóricamente- en sus orígenes, esencialmente con la política, ya que el mismo denotaba restauración o retorno a un punto preestablecido. Así fue como en Inglaterra los acontecimientos de 1660 y 1689, significaron -ni más ni menos- la restauración de procesos monárquicos,  y no revoluciones en el sentido contemporáneo.
      En el siglo XVIII, con las revoluciones norteamericana y francesa, la palabra se resignifica, y adquiriere el sentido contemporáneo, ya que, ambos sucesos resultaron en: destitución -al menos- del antiguo régimen -y no restauración- y una fuerte voluntad de crear un mundo nuevo. En ambos casos, se asistió  a una contrarrevolución, hubo cambios de principios, lo cual se  tradujo, en significativos cambios para la humanidad; se deja de lado la visión cósmica tradicional, y se ingresa a un escenario donde las ideas de irresistibilidad e irrevocabilidad, minan y reemplazan al poder instituido (Antiguo Régimen), el cual poco tiene ya por hacer.  
En el siglo XIX, se pasa, de la idea de irresitibilidad, a la de necesidad histórica de la revolución, esta última muy intrínseca a las diversas corrientes marxistas, y por otro lado, a la de revolución permanente, modalidad vinculada en el siglo XX, invariablemente a Trostky.  
      Se pueden encontrar numerosos teóricos de las revoluciones, tantos como definiciones. Así -por ejemplo-, Alexis de Tocqueville (1805-1859) autor de una teoría general de las revoluciones, Karl Marx (considerado el gran teórico de la revolución), y León Trotsky, figura fundamental de la Revolución Soviética, entre otros[3] .

REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS DEL SIGLO XX: Alan Night[4] en un interesante ensayo[5], en perspectiva latinoamericana, analiza las revoluciones de México, Bolivia y Cuba;  de las cuales considera, que rara vez han sido integradas al debate central respecto a las causas, el carácter y las consecuencias de la revolución social. A tal efecto propone algunas conclusiones tentativas acerca de estas revoluciones, sobre todo, del lugar que estas ocupan en la categoría más amplia de revolución social.
      Para el autor, la “revolución social” supone básicamente: a) una importante movilización política, donde las causas son lo suficientemente tratadas y un compromiso voluntario (no coercitivo) de los actores; lo cual conduce a: b) profundos cambios estructurales sociopolíticos. El rasgo a) es descriptivo, el rasgo b) es funcional. Estos dos rasgos podrían no corresponderse, para lo cual tendremos que prevenirnos –nos advierte Knight- contra “la falsa ecuación entre magnitud de efecto e intensidad de causa”.
      En su análisis Knight, demuestra la importancia de las relaciones de clase, en contraste con la construcción del estado, por lo que remarca su desacuerdo con Theda Skocpol[6], sobre todo en que, nociones como lucha de clases, o revolución “burguesa” o revolución “socialista” sean subordinadas al criterio relevante orientado hacia el estado; a su vez el autor desecha aquellos análisis sumamente esquemáticos de clase que implican un simple determinismo de base/superestructura y una insuficiente conceptualización de las clases sociales. Sostiene que el renovado interés por el estado afecta tanto a teóricos marxistas como a historiadores empíricos. De manera que en los tres casos Latino-Americanos, el enfoque “estatista” o concentrado en el estado de Skocpol  resulta ineficaz para Knight, quien no deja de ofrecer fundamentos claros, y enfatiza en disentir en que el síntoma característico de las revoluciones sociales haya sido su estrecha relación tanto casual como funcional con la construcción del estado y el sistema internacional del estado.
      Si bien los tres países compartían una relación de dependencia con EEUU, la rivalidad internacional poco tuvo que ver –según Knight- con las revoluciones -en oposición a lo esgrimido por Skocpol-. Como ejemplo de ello, en México cuando ocurre la revolución popular no había invasión extranjera, ni el gobierno estaba en bancarrota.  
      La noción de que las revoluciones son necesariamente precedidas por un colapso del poder del estado, es puesta en duda por Knight. A su vez, respecto a la incidencia de los movimientos campesinos y obreros per se en las tres revoluciones, opina,  que los mismos son fenómenos complejos, que abarcan diferentes clases, ideologías y factores circunstanciales. Así por ejemplo la “guerra campesina” de Wolf puede hallarse en el México revolucionario, pero es más difícil encontrarlo en Cuba o en Bolivia; en esta última, específicamente, encontramos los obreros radicales del sector exportador de Bergquist en las minas de estaño[7].
       En conclusión Knight nos dice “quizás puedan compararse los componentes individuales de una revolución, pero el modo en que ellos son reunidos, el mecanismo resultante y el funcionamiento, difieren profundamente. Los actores sociales representan personajes semejantes, pero ejecutan un argumento distinto”

EL FACTOR SORPRESA: En la óptica de Knight, si bien la revolución Boliviana fue anunciada de antemano por una movilización política en ascenso, desestabilización estatal y revueltas previas, con movimientos que triunfan en 1943 (luego abortados en 1949), la revolución de 1952 resultó –según el autor- “una gran sorpresa”.
      De la misma manera, en el análisis de Knight la revolución Mexicana sorprendió a los mismos actores (victimas y protagonistas) por su irrupción por completo imprevisible (salto cuantitativo), sin descuidar que previo a la súbita insurgencia popular de 1910-1911, hubo intensa politiquería electoral y efervescencia política, pero ese escenario –aclara- estaba también presente en Argentina o Chile, sin embargo la historia en estos centros no siguió el mismo curso.
      Con respecto a Cuba el autor sostiene, que la isla jamás había conocido un período de dominación oligárquica estable, como México y Bolivia, pero con el ingreso de una nueva generación en el escenario político en 1933, Cuba experimenta violencia política, inestabilidad, corrupción y gangsterismo. Castro, con su incursión en 1956, tres años después de su fallido asalto al cuartel de la Moncada, -según Knight- no despertó expectativas de una revolución inminente, aún cuando en Enero de 1958 el “optimismo colectivo” era muy elevado, pero la caída de Batista en Enero de 1959, fue súbita y sorpresiva.  
Es evidente, con los ejemplos citados, en la óptica de Knight, la ausencia de síntomas premonitorios en las etapas progresivas de estas tres revoluciones.

OSCILACIONES EN LA DIALÉCTICA: Para Knight, la dialéctica utilizada por los protagonistas fue cambiante. Así, México (1910-1920) eludió el clásico progreso de moderada a radical y al Termidor (Rusia y Francia, respectivamente). Para el autor, el régimen carrancista de 1915-1920, aunque más despiadado, no fue más radical que el maderista de 1911-1913. Luego el régimen desplegó un comportamiento alternante en su dialéctica, ya sea, hacia a la izquierda (1920-1927, 1934-1938), o hacia a la derecha (1927-1933 y 1938-1946), y finalmente después de 1956 se encaminó hacia la derecha, hasta nuestros días.
Knight destaca que si bien, en México, el poder político cambió de manos, las reformas sociales y las reformas agrarias, se  mantuvieron  y se extendieron respectivamente.  
      En dicho contexto, Hans Werner Tobler [8] en un interesante ensayo[9],   sostiene que, en la Revolución mexicana no se distinguen factores externos –como en Rusia y China- que hubieran terminado por dar un impulso vital al ala radical de la revolución, sino que fueron las fuerzas moderadas  las que prevalecieron en las fases decisivas, y Estados Unidos de alguna manera, en la década del 20, utilizó la presión diplomático-económica, consiguiendo limitar las reformas económico-sociales hasta la presidencia de Cárdenas.
      En Cuba -según Night-, la revolución que se presentó moderada, pronto se movió a la izquierda, y en este contexto nos dice “Las teorías que proponen causas esquemáticas y procesos, al parecer tienen muy poco que ofrecer de genuino en cuanto a un conocimiento profundo de la experiencia revolucionaria en América Latina...”.
      De relevancia resulta también, respecto a las revoluciones burguesas, cuando Knight a manera de conclusión en su ensayo (cita Nº 5), afirma que: “la rebelión campesina, originalmente contra los terratenientes, conspiró con el reformismo burgués para desmontar a la oligarquía y atenuar el transito hacia el capitalismo”. Esto último contrasta con los ejemplos asiáticos -China y Vietnam-, donde los campesinos movilizados por los cuadros comunistas, (invasión mediante ), en medio de Estados autocráticos, transitaron una secuencia maoísta-leninista –lo cual resultó en una desviación de la teoría marxista-, por cierto, lejos conceptualmente de la revolución marxista menchevique [10]más cercana  a Cuba. Visto así, se entiende, como la vía “asiática” al socialismo, difiere marcadamente de la “solitaria” vía latinoamericana, transitada por Cuba, aun cuando en la isla, luego, la “colectivización burocrática descendió sobre la revolución”, como sostiene Knight.

LOS RESULTADOS: es en el resultado donde las revoluciones podrían obedecer a pautas comunes –sostiene Knight-. Ahora bien, si repasamos su definición de “revolución social”, en este contexto, la movilización de masas, el primer criterio descriptivo, caracteriza a los tres casos sin excepción -México, Bolivia y Cuba-, aunque, sin pauta común de movilización. Sin embargo, si analizamos el segundo criterio, el de la función o resultado, las revoluciones no son tan resistentes a la generalización, como cuando se refiere a la etiología y a la morfología.      
     Knight sostiene que, para cumplir con la categoría de “revolución social”, el caso debe ser demostrablemente exitoso y debe tener una función o resultado social revolucionario; el éxito se define en un importante e irreversible cambio sociopolítico, aunque “como sostiene Skocpol” -nos ilustra Knight- : el curso y resultado de las revoluciones rara vez coincide con los propósitos declarados de sus participantes. Es decir, ocurren cambios pero son imprevistos. Prueba de ello, lo muestran en cierta forma las revoluciones socialistas, donde las elites políticas -partidos de vanguardia- han emprendido experimentos masivos de planeación económica e ingeniería social: la colectivización soviética, el Gran Salto Adelante, y el impulso del Che a la industrialización en Cuba. Y el autor sostiene que, si estos proyectos fueron dirigidos de arriba hacia abajo, el resultado no siempre correspondió con el propósito; otro tanto ocurre con las revoluciones burguesas, donde desmantelado el componente feudal, se reforzaron las relaciones capitalistas. Con este enfoque, se puede interpretar que, en las revoluciones burguesas, la relación entre partido y sociedad bajo el capitalismo es muy diferente del que predomina en los Estados socialistas.
      Una vez más, apropiándonos de Knight, se puede afirmar que, en las revoluciones burguesas uno encuentra una confusa mezcla de fuerzas sociales incoherentes entre si, no hay doctrinas, programas ni guías, “todas las cosas van creciendo con remiendos”. (El caso de México), sin embargo, -aparentemente- son los éxitos estructurales a largo plazo los que cuentan, más que la longevidad de hombres o regimenes.
      Hans Tobler (cita Nº 9), refuerza la impresión de Knight, en lo que respecta a las revoluciones burguesas y su “caos” inmanente -al menos- en el corto plazo, y establece importantes diferencias en cuanto a organización, liderazgo e ideología revolucionarios, al comparar México con Rusia. A tal efecto resalta el peso del partido bolchevique en Rusia, el rol sobresaliente de un líder como Lenin, y el contar con un programa, en este caso, basado en el marxismo, factores todos ausentes en la revolución mexicana.
      Con respecto a la transformación social, la cual por cambiante, es accesible a un tratamiento comparativo, Knight en este contexto sostiene que, las revoluciones sociales de América Latina -y añade cualesquiera, en el mundo- desafían las generalizaciones descriptivas (no obedecen a pautas), pero en los resultados funcionales de las mismas se pueden realizar análisis comparativos, pero no en la línea de Skocpol, y ejemplifica: La revolución cubana engendró un “estado totalitario”, la revolución mexicana -al paso del tiempo- dio origen a un estado autoritario, en cambio el estado boliviano ha probado ser incapaz de dominar una sociedad civil rebelde. Knight, enfatiza la significación fundamental de las revoluciones sociales, por ser estas, la base para la reconstrucción de la sociedad civil, más que la del estado, y añade que, las revoluciones burguesas no han significado la inmediata instalación de la “democracia burguesa”, sino -sobre todo- del desarrollo capitalista.
      Knight cree que es necesario hablar de revoluciones: “burguesa” y “socialista”, para obtener resultados diferenciadores, puesto que estos rasgos ya están implícitos en la sociedad previa -prerrevolucionaria-. Así por ejemplo, la Cuba prerrevolucionaria, a diferencia de México o de Bolivia, se diferenciaba notablemente -lo indicaban varios indicadores favorables: esperanza de vida, índice de alfabetización, comunicaciones, consumo per cápita de publicaciones, etc.-  por su alto grado de integración, su homogeneidad lingüísticas, escasos localismos, y su distancia a los desafíos clericales contra el estado secular, de manera que volvía lógico y justificaba un desenlace socialista (propiedad estatal -casi total- de los medios de producción). Mientras que por lo general, en los lugares, donde predominó la producción de trabajo esclavo, y sobrevino luego la abolición de la esclavitud, resultó propicio el desarrollo capitalista, y puntualmente en Bolivia y México prerrevolucionarios, la sociedad per se presentaba acentuados contrastes, faltaban la cohesión e integración que caracterizaba a Cuba.  
      En Cuba, -nos ilustra Knight- un amplio conjunto de fuerzas posibilitaron la revolución, muchas de ellas urbanas, pocas rurales ( jóvenes radicales del Movimiento 26 de Julio, oposición estudiantil,  clase media , disidentes políticos, algunos oficiales militares, el campesinado rebelde en Oriente, una clase trabajadora organizada y desilusionada -sobre todo- de los ingenios azucareros, etc.). Castro contó con las industrias económicas ya existentes, a gran escala -prerrevolucionaria-, a las cuales reorganizó, y a la vez aprovechó un aparato de Estado desarrollado y una población politizada. En México y Bolivia, con precondiciones estructurales diferentes, lo que se impuso fue el carácter burgués de las revoluciones; y por “burguesa”, Knight entiende: economía de mercado, libre transito de la fuerza de trabajo, innovación tecnológica con acumulación de capital, propiedad privada de los medios de producción, y apropiación privada de los excedentes. En México y Bolivia, aún con auge del radicalismo posrevolucionario, el estado con notables progresos -Cárdenas nacionalizó los ferrocarriles y  el petróleo; Bolivia nacionalizó las minas de estaño-,  estuvo -no obstante-, subordinado a las demandas del mercado.
      De una forma u otra –observa Knight-, los analistas menosprecian a las burguesías de América Latina, en tanto y en cuanto estas no lograron ajustarse al modelo eurocéntrico: dinámico, innovador, nacionalista, y hegemónico. Sin embargo, Knight considera a estas conjeturas ahistóricas, habida cuenta de que, tanto el Grupo de Monterrey (México), como los intereses financieros de Oriente (Bolivia), no solo cumplieron con el papel histórico de acumulación privada de capital, sino que convirtieron su poder económico en poder político. Queda claro, que para Knight,  “capitalismo” está en relación a producción, y no a circulación; y el libre mercado asalariado, es el que “nutre” al capitalismo, y es el que ofrece una inferencia histórica fundamentada. Y es en términos “productivistas” por los que Knight, sostiene que en México y Bolivia, las revoluciones fueron burguesas, desechando la idea de que los cambios abruptos (asalto a la Bastilla), garanticen cambios totales en el aspecto económico, esto es, revoluciones burguesas que hayan instaurado drásticamente el capitalismo a partir de un molde precapitalista. Claro está, que de su análisis, los modos de producción cambian lenta, dolorosa y penosamente, en contrapartida con las revoluciones políticas. Por otro lado, grandes transiciones en el modo de producción pueden ocurrir en ausencia de revoluciones sociales y/o políticas, sea el caso de Argentina -ejemplifica Knight-, la cual transitó al capitalismo sin revolución.
      A su vez, la relación temporal entre revolución y transformación social es variable, ambos fenómenos responden a tiempos históricos diferentes; es así como en Inglaterra -caso precursor- todo el proceso se prolongó sus buenos tres siglos, amen de que el siglo XVII fuera decisivo para hacer avanzar la transición; otro tanto ocurre con Francia, en donde 1789 es ubicado en un proceso de largo plazo, político y económico, donde el feudalismo (señorialismo) fue abolido en 1789-1793, pero el capitalismo y ascenso de la burguesía, se concretó, para algunos historiadores, en la década de 1830, y para otros, fue entre 1840 y 1870, con la creación de la red ferrocarrilera.
      El mismo contexto temporal, acontece en México y Bolivia. México con un gran crecimiento mercantil agrícola en el siglo XVIII, no fue acompañado por la extensión de un trabajo asalariado productivo y libre, inclusive padeció una “refeudalización” poscolonial (formas de peonaje, poder político opresivo, remuneración en especie, y formas casi serviles fueron introducidas de novo), en consecuencia el crecimiento del mercado, no necesariamente fomentó el trabajo libre. En el caso de Bolivia prerrevolucionaria, sin una agricultura dinámica exportadora, la clase terrateniente parasitaria explotaba pequeñas parcelas, y en esa explotación se ocupaban a tres cuartas partes de la población, lo cual significaba un mercado interno minúsculo, con una industria rudimentaria. Claro que en Bolivia, el motor de la economía estaba en la industria minera (90% de las exportaciones), la cual significaba más de la mitad de los ingresos gubernamentales, y si bien las minas dependían del trabajo libre asalariado, el Nº de mineros afectados era menor al 3 % de la fuerza de trabajo. Y las ganancias de las grandes compañías mineras -en gran parte de propiedad boliviana- terminaron transformándose en ganancias de corporaciones multinacionales.           
      Para Knight, ni México, ni Bolivia, aún con la reforma política y el cambio económico, habían avanzado lejos ni rápido como para asegurar un desarrollo capitalista sostenido. El capital nacional era ocioso en la concentración de la tierra, el mercado interno reducido, y la industria estancada. La revolución, en ambos países, no fue la obra de una intencionada burguesía revolucionaria planificadora, como tampoco lo fue la revolución francesa -extrapola Knight-, aunque terminaron a la larga asumiendo el cambio burgués, en pro de una transformación preferentemente capitalista, y no tanto por sus antecedentes de clase, sea el caso -por ejemplo- en México de Obregón, agricultor “pequeño burgués”, o el caso de Paz Estensoro en Bolivia, profesional de clase media. Ambos, atacaron a los terratenientes “feudales”, destronándolos, e impulsando la economía agraria hacia un maduro capitalismo.
      Sin duda, que en todo este contexto, el tutelaje y por momentos la intensa vigilancia de EEUU, no estuvieron ausentes, y -como en Francia- la revolución prosiguió, aún entre grupos en conflictos -la burguesía, los obreros, los campesinos, nacionales, extranjeros- resultando en un complejo cuadro de fuerzas no planeado ni previsto conscientemente; donde la burguesía -presionada- tuvo que decretar las políticas antifeudales. En México, los zapatistas de Morelos, forzaron la reforma agraria en regimenes conscientes de la propiedad (Madero, Carranza y luego Obregón); de la misma forma en Bolivia, que empezó con la agitación agraria de Cochabamba, más un MNR persuadido, y luego se difundió en gran parte del altiplano. En ambos, en un principio, la revolución se orientó hacia la izquierda, aunque posteriormente fue desviada drásticamente hacia la derecha, jugando EEUU en esto, un importante rol.
      Con todo este escenario, Knight una vez más afirma que los resultados, son en algún sentido recurrentes, y poco tienen de fortuitos, contingentes o impuestos desde afuera; cree más bien en que reflejan la lógica interna de dichas sociedades. Y así,  como se dijo -basado en el análisis de Knight-, Cuba siguió una estructura lógica, vinculada al desarrollo intrínseco-prerrevolucionario y pre-capitalista de su sociedad; en tanto México y Bolivia respondieron a una masiva movilización campesina. En México en un principio, tal oposición fue espontánea, localizada, autónoma y violenta –“primaria”-, pero después de 1920 fue seguida de movimientos “secundarios” -respondían a estímulos y cierta educación-. En Bolivia, la modalidad “secundaria” fue la norma. En ambos casos, la revolución fue en parte causa y en parte consecuencia de la resistencia campesina a la hegemonía de los terratenientes. El antiguo régimen, en su marcada inequidad, trajo como desenlace un severo golpe al orden agrario tradicional, con lo cual, tuvo que abandonar el latifundismo tradicional y competir en el mercado libre por fuerza de trabajo y ganancias, es decir transformarse en capitalista agrario.
En ambos países, la transición fue un prolongado y complicado  proceso -similar evolución transitó Francia-, de tal forma que la alianza entre campesinos rebeldes antifeudales y antiterratenientes, con los reformistas burgueses –bajo el enfoque de Knight-, expresan cierta semejanza con la experiencia europea (Francia), y contrastan con las revoluciones del “tercer mundo” (China y Vietnam) de índole antiburgués, socialista y de mayor radicalidad.
      Y en este contexto, recurrimos nuevamente a Hans Tobler -cita Nº 9-, cuando se refiere a los muy distintos resultados entre las revoluciones de México, Rusia y China, no obstante, los tres centros,  haber tenido una situación inicial semejante. En el contexto de las similitudes, Tobler hace referencia a la situación periférica y la dependencia que estos países tenían frente a naciones capitalistas altamente industrializadas de occidente, y nos habla de la profunda crisis de modernización que acompañó a estos tres procesos, habida cuenta de que, resultado de esta, únicamente se modernizaron algunos sectores de la economía, ya que se mantuvo la estructura social heredada, sobre todo la del poder político en su esencia, lo que resultaría para el autor, -tomado de More- en una “modernización conservadora”. Este tipo de revoluciones, -según Tobler- que trataron de superar la dependencia exterior y transformar completamente la economía y la sociedad, se caracterizaron por ser procesos, de larga duración y amplia movilización de masas.
      En cuanto a los resultados, se retoma a Knight, cuando bajo su óptica, comparando los procesos latinoamericanos con los procesos de Euroasia -en cuanto a la participación de los campesinos-, el autor sostiene que la evolución de los mismos condujo a resultados disímiles, aunque, en el siguiente contexto: En México y Bolivia, con las revoluciones burguesas sobrevino el desarrollo capitalista, mientras que en China, Yugoeslavia y Vietnam, consolidaron revoluciones comunistas. Nos habla, de factores fortuitos y de factores exógenos  relevantes: 1- las  revoluciones comunistas dan su “puntapié” inicial después de 1917, y México en cierto sentido fue excluido, 2- las revoluciones comunistas por emulación, apoyo y geopolítica fueron más plausibles en Euroasía, y 3- en general, la ocupación extranjera y las guerras de liberación nacional llevaron a insurrecciones comunistas (Latinoamérica no ha presentado guerras de liberación nacional en el siglo XX).
      En otro momento, Knight, una vez más discrepa con Theda Skocpol, cuando la autora pretende igualar Vietnam y México, en cuanto al control externo y formas de resistencias, ya que -para Knight-, Vietnam padeció por parte de Francia dominación colonial (colonialismo formal), mientras que México a través de las inversiones estadounidenses, transitó un neocolonialismo informal. Una vez más, el “tiempo mundial” y la posición geopolítica, son factores a tomarse en cuenta, pero no factores claves, ya que en el caso del imperialismo formal, se puede establecer una importante distinción entre Asia y América Latina, pero de esta última no, en cuanto a sus  diferencias.
      En cuanto a los cuadros urbanos militantes -según Knight- estos varían entre una y otra revolución; así vemos que en China y Vietnam predominaron los militantes comunistas; mientras que en Francia, México y Bolivia, fueron los reformistas burgueses (jacobinos,  constitucionalistas y el MNR, respectivamente).
      Continuando con el análisis de Knight, se puede asumir que las revoluciones burguesas en general, permitieron que la transformación de la clase terrateniente, habilitara a los campesinos ingresar al mercado más fácilmente; y -por ejemplo- así como en Francia dejaron de entregar el diezmo, en Bolivia y México los servicios en trabajo. La nueva política económica (NPE) constituyó un rasgo permanente en el escenario político de estos centros. Claro que, con la expansión del hasta ahora restringido mercado interno y la comercialización, surgieron otras actividades: nuevos grupos de intermediarios, funcionarios burócratas, comerciantes medios, líderes políticos; dando origen en los tres casos, a los vicios del comerciante, y en la comunidad campesina asomó el usurero, suplantando al antiguo señor de la tierra. Contra estos hubo reacción, desde indiferencia hasta la abierta hostilidad de los campesinos, lo cual hizo que las instituciones posrevolucionarias, si bien, beneficiaron a los campesinos por un lado, los lanzaron a obstaculizar la creación del nuevo estado y de la nueva forma de explotación mercantil.
      El desenlace inherente a las revoluciones burguesas -en la opinión de Knight-, difiere notablemente de la alternativa socialista, de la cual (dejando de lado ciertas particularidades),  retomase lo inherente a las similitudes entre Yugoslavia, Vietnam y China, ya que en el contexto de las guerras de liberación nacional que tuvieron, como resultado, en su seno se  vivieron sentimientos nacionalistas aglutinantes poderosos (esta condición, permite no obstante, establecer diferencias cualitativas con la experiencia soviética).
La exitosa alianza de cuadros comunistas y campesinos insurrectos -contra los invasores japoneses en el caso de China, o contra el respaldo japonés al régimen de Vichy, en el caso de Vietnam- vinculados a una extensa lucha guerrillera, no ha ocurrido jamás en América Latina, en tal caso, lo más cercano sería el caso cubano –ya analizado-, donde actuó una amplia coalición de fuerzas.
      Hans Tobler -quizás más en consonancia con Theda Skocpol- le adjudica una importancia central al fenómeno de la guerra y a la guerra civil, y analiza -por ejemplo- la influencia que ejerció la 1º. Guerra Mundial sobre el estallido de la Revolución Rusa, habida cuenta de la deserción en masa de los soldados-campesinos del ejercito, quienes por la mala experiencia en la guerra, y ávidos de tierra, no vacilaron en apoderarse violentamente de las tierras señoriales. A este levantamiento, ampliamente espontáneo, Tobler lo compara con Morelos[11] en México, en el sentido de que -uno y otro- se apoyaron en una estructura solidaria casi intacta de sus pueblos. La rebelión campesina significó para los bolcheviques en el caso ruso, un gran facilitador para que estos tomaran el poder, y lo consolidaran. En cambio, en China las rebeliones autónomas y espontáneas tuvieron poca importancia, ya que primero, los campesinos fueron movilizados por el ejercito Rojo (1937) a partir de la ocupación e invasión japonesa –es decir desde afuera-,  motivo que no solo significó la emancipación social, sino que a la vez sirvió de defensa nacional contra los invasores.
      Hans Tobler, en este contexto, una vez más, -en consonancia con Skocpol- en cuanto a su teoría del factor internacional como determinante, se respalda en Barrington Moore -cita mediante- cuando, a los japoneses le asigna -al menos- dos tareas esenciales, en tanto y en cuanto, significaron para los comunistas chinos una gran ayuda: 1-provocar solidaridad entre los oprimidos y,  como resultado, 2- eliminar las antiguas elites.  
      Otro aporte -comparativo y distintivo- interesante genera Tobler, respecto a la “movilidad” de los campesinos-soldados (para una u  otra revolución), y nos ejemplifica: el ejercito rojo de Mao Tse Tung se distinguía por su alta movilidad, prueba de ello lo constituye la “Larga marcha” (1934) a miles de kilómetros al norte de China, mientras que el ejercito zapatista -campesinos arraigados a la tierra-, de poca movilidad, no estaba dispuestos a participar en operaciones militares de gran extensión, sino las propias a su geografía o terruño. 
      Para Tobler, las relaciones mexicano-estadounidenses, resultaron vitales, debido a la fuerte influencia en la guerra civil mexicana de 1913/14, y en el contexto de que estas incidieron marcadamente en la fase central de la revolución; la alianza indirecta entre Estados Unidos y los movimientos revolucionarios del norte de México, hizo que estos últimos al recibir  financiación económica significativa, resultaran en un modelo particular de insurrectos -ejercito “neutral”- (el encomillado pertenece a Tobler), sobre todo en Sonora y en Chihuahua, donde, desde el Gobierno del Estado se enroló y pagó sueldo a las tropas, que resultarían más tarde en el ejercito del noroeste bajo el mando de Obregón. Este movimiento nada tenía que ver con la estirpe popular y revolucionaria, sea en la versión de Villa -también del norte-, la cual debía su origen -sobre todo- a la movilización proveniente desde abajo -División del Norte-, sea en el movimiento sureño de Zapata, cuyo ejercito conservaba: identidad campesina,  orientación agraria, alta homogeneidad social, arraigo local y escasas tendencias de “profesionalización”. Cuando se produce la victoria militar de los constitucionalistas contra los convencionistas (1915/16), el ejército “neutral” pasa a constituir el núcleo del nuevo ejército federal (1917), y a partir de 1920 los villistas y zapatistas -ala radical- son excluidos de los cargos políticos y militares. Las tropas constitucionalistas -el nuevo ejército- desempeñaron un factor de poder político decisivo hasta finales de los años ´20; su rol conservador, y en muchos casos, su alianza a los viejos terratenientes, fueron determinantes.  Todo este contexto precedente, constituye para Tobler una justificación importante, en cuanto a los diferentes rumbos, cuando el proceso Mexicano es comparado con China y Rusia. . .
      Y al retomar el enfoque de Knight, se destaca del mismo -en la evolución de su análisis-, su visión donde sostiene que, las insurrecciones campesinas en América Latina -revoluciones burguesas de México y Bolivia-, han seguido un esquema “europeo” (francés): adhesión al reformismo burgués y revoluciones burguesas; aunque el campesinado fue beneficiario en el corto plazo, y víctima en el largo plazo. Los partidos comunistas de América Latina rechazaron las insurrecciones rurales; ni Castro, ni el Che en Bolivia recibieron importante apoyo comunista. La mayoría de los  PC en América Latina utilizaron como norma la estrategia “anticampesina” de los bolcheviques, además las sociedades campesinas, la mayoría de las veces resistieron la intervención de los intelectuales urbanos, a estos últimos -según Knight- los campesinos les resultaban ajenos y desagradables.
      Para Knight, el contraste entre Asia y América latina, en cuanto al comportamiento entre comunistas y campesinos (en Asia el campesinado rebelde fue dirigido por comunistas) obedece a profundas causas estructurales, de las cuales sintéticamente se analizan las siguientes: respecto a los -diferentes- modos de producción, vemos que en Asia, el Estado despótico -autocrático- y la aristocracia, subordinaron a los terratenientes en sirvientes, mientras que en América Latina, con Estados débiles, los terratenientes se comportaron como poderosas clases.
En este contexto, en América Latina -nos dice Knight-, el campesinado antifeudal encontró aliados entre los reformistas burgueses, del mismo modo que estos últimos, al querer arrebatarles el poder a la oligarquía, corrieron el riesgo de la movilización campesina.
Así analizado, resulta claro, que en sociedades como China o Vietnam, el Estado dependía más de los campesinos -que lo que sucedía en México o Bolivia-, como resulta entendible, que las revueltas campesinas se dirigieran contra los funcionarios estatales, más que contra los terratenientes.    

LA REFORMA AGRARIA Y SUS DIFERENTES RUMBOS: Del análisis de Knight vemos como en México y Bolivia la reforma agraria, fue concebida a los fines de combinar justicia social con estabilidad política, en intensas relaciones de mercado y acumulación de capital, mientras que en los ejemplos asiáticos, la reforma agraria fue puesta al servicio de un colectivismo radical y estatista.
      Respecto a este punto, Hans Tobler cuando considera los procesos de México, Rusia y China, sostiene que, a los tres centros, los caracterizaba la crisis en el sector agrario. En Rusia de finales del zarismo, sobresale el gran aumento de población y la escasez de tierras, amen de los excesivos gravámenes -entre otros aspectos-; en cuanto a China, al crecimiento poblacional, se suma una desintegración social de arrastre, desde 1850-1865, a partir de la presión externa,  iniciada con la revolución Taiping[12],  y por último en México, cuando ocurre la modernización porfirista de la agricultura, la misma tuvo consecuencias sociales regresivas. Agrega el autor que, si bien los campesinos -en los tres centros- desempeñaron una función central en la destrucción del Anciens regimes, los resultados fueron muy disímiles para ellos. En Rusia, los soldados-campesinos desertaron en masa del ejército, lo que se sumo a un amplio levantamiento rural y ocupaciones de tierras, finalmente vino la colectivización forzada de la agricultura durante el estalinismo, lo cual terminó de romper con la antigua estructura agraria, eliminando a la clase prerrevolucionaria de propietarios rurales.
En China, los comunistas, una vez asumido el poder (1949) recorrieron las siguientes fases con respecto a la propiedad privada: 1-propiedad rural privada, 2 -semi-socialista, y por último colectiva; todo esto en conjunto, significó ruptura con las antiguas estructuras de la propiedad agraria.
En México, los resultados fueron muy distintos; si bien la vieja clase terrateniente fue privada del poder político, conservó en gran parte su posición económica y social -a diferencia de la aristocracia zarista-, y los beneficiarios fueron -sobre todo- los neo-hacendados revolucionarios, pertenecientes a las filas de los generales de la revolución.





CONCLUSIONES
      Abordar el estudio de las revoluciones en términos comparativos, resultaría el procedimiento ideal -al menos- para los sociólogos, en el contexto de que cada revolución es única e inseparable de la historia y de la sociedad en que surge.
Frente al enfoque hipotético-deductivo (delimitación de una teoría para explicar un fenómeno particular, deducción de hipótesis apropiadas y su comprobación) -habitual en sociología-, el método histórico comparativo propone el examen en profundidad de una serie de casos a través de la confrontación entre causas y efectos de esas situaciones revolucionarias similares, permitiendo comprender mejor la características especiales de cada revolución. Sin embargo, el problema reside en que -mucha veces- no existe acuerdo sobre que comparar (cita Nº 2).
     
      Finalmente, ayuda y clarifica la tesis de Alan Knight, cuando sostiene que, involucrar revoluciones burguesas y socialistas en un mismo concepto, es erróneo, por que presupone la primacía del Estado como organizador, de lo cual derivaría que tanto las causas como los resultados, se explicarían mejor en términos “estatistas”, y este enfoque resulta aparentemente  inexacto, tan pronto se accede a su análisis: pormenorizado, claro, y convincente.

                                                                              Ramón H. Álvarez, 30/05/2007

















NOTAS AL PIE  Y  BIBLIOGRAFÍA  FINAL



[1] Funes, Patricia y Ansaldi, Waldo (compiladores): Teorías de las revoluciones y revoluciones latinoamericanas, UDISHAL, Documento de Trabajo/58, Serie II, Buenos Aires, 3ª edic., 1998. Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.). 

[2] Julián Casonova, “Revoluciones sin revolucionarios: Theda Skocpol y su análisis histórico comparativo”, en Zona Abierta, nº 41-42, Madrid, octubre de 1986-marzo de 1987, pp. 81-101. En material impreso de Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.), pp. 89-108.

[3] Waldo Ansaldi y Patricia Funes: Introducción al Documento de trabajo/58, 2da.edición, Teorías de la revoluciones y revoluciones Latinoamericanas, CINAP, Buenos Aires, 1996. En material impreso de Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.), pp.1-13.

[4] Alan Knight (Londres, 1946). Estudió Historia Moderna en el Balliol College, Oxford en 1968. En los últimos años ha participado como profesor en la University of Texas, de Austin: ha sido miembro del St. Antony's College y director del Centre of Latin American Studies en la Oxford University. Documentales de Historia. www.culturatlaxcala.com.mx/bdatosvideoshistoria.php

[5] Alan Knight, “Revolución social: una perspectiva latinoamericana”, en Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, nº 27, Instituto Mora, México DF, setiembre-diciembre de 1993, pp. 141-183. En material impreso de Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.), pp. 43-83.

[6] Theda Skocpol (1947 Detroit, Michigan), profesora del Gobierno del Victor S. Thomas; Socióloga y Decana de la Escuela de Graduados de Artes y de Ciencias en la Universidad de Harvard. Fue Directora del Centro para los Estudios Políticos Americanos de Harvard a partir de 1999 a 2006.  Recibió su B.A. en 1969 de la Universidad del Estado de Michigan y su PhD en 1975 de la Universidad de Harvard. Reconocida como uno de los eruditos más citados e influyente de las ciencias sociales modernas; su trabajo ha contribuido -entre otros- al estudio de la política comparativa, de la sociología comparativa e histórica, y del estudio del orden público. Fuente de: 04/04/2007. http://www.wjh.harvard.edu/soc/faculty/skocpol/

[7] Fragmento final de pág. 48 e inicio de 49 de: Alan Knight, “Revolución social: una perspectiva latinoamericana”, Edición en CD-ROM.

[8] Hans Werner Tobler: Ex profesor de Historia Moderna en ETH Zurich. (retirado en septiembre de 2006) . Graduado del Oberrealschule Zurich en 1960; estudió Historia General, Geografía, e Historia Económica en la Universidad de Zurich. En 1966 recibió su Ph.D. de la Universidad de Zurcíh. En 1970-1971 realizó la investigación como Investigador Visitante en el Colegio de México, México D.F., y en la C.C. de Washington sobre la Historia de México de fines del siglo XIX y siglo XX. Cubrió un amplio espectro de la historia reciente de Suiza, de Europa y del mundo no europeo; en su investigación se centró en la historia reciente de América latina y en ediciones en historia comparativa.


[9] Hans Wemer Tobler, “La Revolución mexicana: algunas particularidades desde un punto de vista comparativo”, en Revista Mexicana de Sociología, año LI, nº 2, México DF, abril-junio de 1989, pp. 151-159. En material impreso de Edición en CD-ROM, Libros Digitales, Serie del Nuevo Siglo, vol. 0/1, Buenos Aires, 2001 (2ª edic.), pp. 1-11.


[10] (del ruso bolshevik, ‘mayoritario’) y la oposición, menchevique (del ruso menshevik, ‘minoritario’) Las diferencias básicas entre bolcheviques y mencheviques aparecieron con mayor claridad en los años siguientes a la revolución, cuando lo que en un principio era un acuerdo sobre un programa de actuación política (la deposición del zarismo, la instauración de un gobierno constitucional y, al fin, la supresión del capitalismo y el establecimiento de una sociedad comunista), en la práctica terminó marcando con gran dureza las divergencias. Los bolcheviques apoyaban los objetivos inmediatos tan sólo en la medida en que conducían hacia la meta final: la revolución comunista. Sin embargo los mencheviques, creyendo que Rusia no estaba preparada aún para la revolución (de acuerdo con los postulados marxistas), insistieron en políticas reformistas, sobre todo en la implantación de un gobierno constitucional. Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation.

[11] Durante la revolución de 1910 le tocó a los pueblos de Morelos jugar un papel protagónico. En el poblado de Anenecuilco, donde ahora se encuentra un pequeño museo, nació Emiliano Zapata, el famoso “Caudillo de la Revolución del Sur”. Para lograr la devolución de las tierras comunales, invadidas por las haciendas, y con el lema de “Tierra y Libertad”, Zapata estableció su cuartel general en Tlaltizapán, un antiguo molino de arroz que actualmente está convertido en un museo con fotografías, documentos, armas y objetos que alguna vez pertenecieron al caudillo.  http://www.mexicodesconocido.com/espanol/historia/siglo

[12] Dirigidas por Sun Yat-Sen el 10 de octubre de 1911, los sectores más avanzados de la población y del ejército se levantaron en armas ese día contra el gobierno imperial y la dinastía de los Qing, El último emperador había caído y con él terminaban dos mil años de historia imperial y nacía la República de China. Pasó a la historia como uno de los hechos más importantes de la historia de China y uno de los antecedentes básicos de los acontecimientos que condujeron después al triunfo revolucionario de 1949 y a la instauración del estado socialista. www.argenpress.info/nota

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